Dehesa Boyal de Montehermoso
La primavera avanza y aunque el año
ha sido bastante lluvioso, el verde va perdiendo intensidad y entre encinas y
alcornoques florecen miles de cardos que dan una nota de color que atrae a
decenas de jilgueros para alimentarse de sus semillas.
El rumor del agua que cae en pequeñas
cascadas sobre duras pizarras en el canal del antiguo Molino del Jerrao en el
arroyo del Pez cada vez es más débil. En una pequeña charca espera impaciente
un martín pescador sobre una rama de una encina hasta que se zambulle en el
agua y sale airoso con su presa.
Después de caminar un rato
siguiendo el curso sinuoso del agua, me paro a escuchar el canto melodioso de
la oropéndola que vuela y vuela entre encinas y alcornoques. El pequeño mito
revolotea inquieto entre los rosales silvestres. Escondido y en silencio
observo al pico de coral preparando su nido entre unas tamujas mientras el
ánade real pasea a sus crías. Espero un rato y cuando ya no molesto, continúo
en silencio, solo escuchando, solo observando. Soy uno más del entorno, soy
parte de la dehesa, soy parte de su
biodiversidad.
El canto del pinzón me lleva
acompañando desde que el sol despuntaba y ahora se entremezcla con el del
ruiseñor y los alborotadores abejarucos que vuelan y vuelan alrededor de un
pequeño talud.
Agazapados entre unas piedras, en
mitad del agua varios galápagos toman el sol tranquilamente. Solamente uno se
zambulle al pasar cerca una garza real caminando entre las aguas, el resto
permanece impasible con sus cabezas erguidas.
Ahora sale al encuentro un precioso
carbonero que vuela inquieto y me indica que algo pasa. Busco un pequeño
promontorio y observo el vuelo nervioso y veloz de varias aves, es el reclamo
de peligro de que algo se acerca.
Pasan unos segundos y el sonido de
una rapaz que mira vigilante el entorno pone en alerta a todas las aves, es un
precioso busardo ratonero. Solo la garza permanece impasible en la charca, con
ella no se atreve. El resto huye de aquí para allá en vuelos rasantes entre los
arbustos y las encinas.
Continúo y llego a un pequeño valle
después de cruzar el arroyo. La humedad y el verdor del entorno es un alivio
porque cada vez el sol está más envalentonado y sus rayos calientan más y más.
Un descanso para escuchar un
auténtico recital ofrecido por los grillos. Aunque sea en mi móvil pero ese
instante queda grabado. Respiro, suspiro…y a continuar de nuevo. En el
sotobosque más cerrado el cuco y la abubilla compiten con su canto, solo roto a
momentos por el picoteo del pájaro carpintero que en un árbol seco trabaja
afanoso martilleando para encontrar pareja.
Escucho ahora la melodía del zorzal
charlo llegando a una laguna donde tiene su nido en un pequeño alcornoque. El
susurro del viento comienza a mover las ramas de los árboles, ese sonido que
hace poner todos mis sentidos para abrazar la naturaleza. Porque un lugar no
solo se observa, no solo se huele, no solo se toca, no solo se aprecia, un
lugar también se escucha.