Fotografía del río Alagón desde Valdeobispo, al fondo el paraje del Hinojal en Montehermoso. |
Me acerco al río. Sus aguas en calma reflejan el cielo como un espejo, un lienzo perfecto de azules y verdes que se extienden hasta el horizonte. No hay prisa aquí, solo la serena danza del silencio que me envuelve con cada suave brisa. El murmullo apenas perceptible del agua al llegar a la orilla es la única melodía que necesito, una sintonía que entona la más profunda calma y paz.
Este lugar me enseña el verdadero significado del respeto. No es una reverencia distante, sino un reconocimiento íntimo de la intrincada red de vida que me rodea. Cada árbol, cada piedra, cada criatura que habita este ecosistema merece ser honrado por su existencia. Y al observar, al sentir, un conocimiento ancestral despierta en mí. Es el saber que no soy un observador externo, sino una parte intrínseca de este todo.
Lentamente, me integro en el paisaje. Mis pies descalzos sienten la frescura de la tierra, mi piel percibe el abrazo del aire y mis ojos se pierden en la inmensidad. Ya no soy un individuo separado, sino una extensión del río, del bosque de ribera que lo abraza. Mi respiración se sincroniza con el suave ritmo de la naturaleza, y cada inhalación trae consigo una sensación de renovación, de pertenencia. En este remanso, la calma no es solo una ausencia de ruido, sino una presencia palpable que nutre mi espíritu y me recuerda la profunda conexión que compartimos con el mundo natural.
Dedicado al río Alagón
Juan Jesús Sánchez Alcón