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jueves, 11 de junio de 2020

Los sonidos de la dehesa

Dehesa Boyal de Montehermoso


La primavera avanza y aunque el año ha sido bastante lluvioso, el verde va perdiendo intensidad y entre encinas y alcornoques florecen miles de cardos que dan una nota de color que atrae a decenas de jilgueros para alimentarse de sus semillas.

El rumor del agua que cae en pequeñas cascadas sobre duras pizarras en el canal del antiguo Molino del Jerrao en el arroyo del Pez cada vez es más débil. En una pequeña charca espera impaciente un martín pescador sobre una rama de una encina hasta que se zambulle en el agua y sale airoso con su presa.

Después de caminar un rato siguiendo el curso sinuoso del agua, me paro a escuchar el canto melodioso de la oropéndola que vuela y vuela entre encinas y alcornoques. El pequeño mito revolotea inquieto entre los rosales silvestres. Escondido y en silencio observo al pico de coral preparando su nido entre unas tamujas mientras el ánade real pasea a sus crías. Espero un rato y cuando ya no molesto, continúo en silencio, solo escuchando, solo observando. Soy uno más del entorno, soy parte de la dehesa, soy  parte de su biodiversidad.

El canto del pinzón me lleva acompañando desde que el sol despuntaba y ahora se entremezcla con el del ruiseñor y los alborotadores abejarucos que vuelan y vuelan alrededor de un pequeño talud.

Agazapados entre unas piedras, en mitad del agua varios galápagos toman el sol tranquilamente. Solamente uno se zambulle al pasar cerca una garza real caminando entre las aguas, el resto permanece impasible con sus cabezas erguidas.

Ahora sale al encuentro un precioso carbonero que vuela inquieto y me indica que algo pasa. Busco un pequeño promontorio y observo el vuelo nervioso y veloz de varias aves, es el reclamo de peligro de que algo se acerca.

Pasan unos segundos y el sonido de una rapaz que mira vigilante el entorno pone en alerta a todas las aves, es un precioso busardo ratonero. Solo la garza permanece impasible en la charca, con ella no se atreve. El resto huye de aquí para allá en vuelos rasantes entre los arbustos y las encinas.

Continúo y llego a un pequeño valle después de cruzar el arroyo. La humedad y el verdor del entorno es un alivio porque cada vez el sol está más envalentonado y sus rayos calientan más y más.

Un descanso para escuchar un auténtico recital ofrecido por los grillos. Aunque sea en mi móvil pero ese instante queda grabado. Respiro, suspiro…y a continuar de nuevo. En el sotobosque más cerrado el cuco y la abubilla compiten con su canto, solo roto a momentos por el picoteo del pájaro carpintero que en un árbol seco trabaja afanoso martilleando para encontrar pareja.

Escucho ahora la melodía del zorzal charlo llegando a una laguna donde tiene su nido en un pequeño alcornoque. El susurro del viento comienza a mover las ramas de los árboles, ese sonido que hace poner todos mis sentidos para abrazar la naturaleza. Porque un lugar no solo se observa, no solo se huele, no solo se toca, no solo se aprecia, un lugar también se escucha.