Paisajes de la dehesa |
El paisaje de la dehesa iba tomando
el color amarillo y blanco de miles de flores que en estos días de finales de
mayo inundaban las pequeñas vaguadas del Valle de las Colmenas. Los cardos
emergían despuntando al lado de un hermoso alcornoque y atraían a un grupo de
jilgueros que de ellos se alimentaban.
Hermosa, muy hermosa era la silueta
del águila culebrera que parecía saliera de un cuadro recién pintado. Mientras
tanto, escondido entre unos arbustos veo salir a dos alcaudones chillones y
ruidosos, estaban defendiendo su territorio y no se amedrantaron ante la
imponente rapaz hasta que abandonó la zona.
- Creo que es hora de irse, ya no hay
nada más que ver. - Pensé en ese momento. El no querer molestar a los recios
alcaudones me hizo volver atrás a y coger otro sendero. Para mí es como
comenzar de nuevo a explorar, porque siempre te encuentras algo que te
sorprende.
La curiosidad me llevó a meterme en
un paisaje de dehesa más cerrado, serpenteando entre carrascas, majuelos y
piruétanos que dejaron más de una marca en mis brazos. Y mereció la pena tanta
aventura, al final en unas formaciones de pizarra me topé con una bella gineta.
Rodeo despacio, me alejo tranquilo y ella sosegada se queda para luego irse mirando
curiosa hasta su refugio.
El calor apretaba y también las
piernas, era hora de hidratarse y por eso espabilé el paso, no sin dejar de
observar cada planta, cada rastro, cada claro entre el sotobosque por si veía
algo. Atrás dejaba momentos donde la vida pasaba más tranquila, donde el tiempo
no importaba, donde todo era más soportable y donde los animales y las plantas
nos daban una lección de cómo convivir en el medio natural.