Laguna Grande, 26 de mayo de 2020 |
Habían pasado 10 días desde mi última visita a la dehesa boyal de Montehermoso, los paisajes de encinas centenarias aparecían ante mis ojos escoltados de una increíble variedad de flores que matizaban los pastos y que daban un colorido especial al manto vegetal.
La mañana acompañaba, ya que a pesar del calor, una ligera brisa refrescaba el ambiente. Grabé sonidos, cantos de pájaros, cantos de grillos, el zumbido de unos enormes abejorros que merodeaban en un tronco. Vi orquídeas, lirios, una familia de zorros que pasaron cercana sin siquiera asustarse de mi presencia, yo solo observaba.
Y vi aves, muchas aves. Tiempo hacia que no observaba tantas. En una de mis paradas observé el vuelo del halcón abejero con un panal de avispas. Llegué a la dehesa como si nada conociera, con ganas de aprender, con ganas de conocer. Porque por mucho que creamos que sabemos, cada día se aprende algo nuevo. Cada día es una nueva enseñanza.
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