Llevamos unos días de cuarentena que llevamos como mejor
podemos, si se hace más difícil esto es por tener a mi hija lejos (por
responsabilidad y solidaridad no vino al pueblo), y por la incertidumbre y la
tensión de ver como mi mujer se va cada día a trabajar al hospital y estar
expuesta a este bichito, como lo están la gran mayoría de personas que trabajan
en el sistema de salud.
Por lo
demás, la vida nos ha dado a todos un giro inesperado, quizás el cambio nos
sirva para reflexionar y aprender a valorar más a las personas, a valorar más a
nuestro planeta. Esta sociedad caminaba a toda prisa sin tener en cuenta los
valores que tenemos como seres humanos. Ahora de repente un maldito virus nos ha
venido a dar una lección. Nos encerramos en casa y echamos como nunca de menos
a la gente, echamos de menos los saludos, los abrazos, los besos. Ahora nos
tomamos un respiro, y mientras eso sucede, la naturaleza va recuperando su
espacio, va recuperando su sitio.
Esta mañana
temprano antes de salir el sol, solo el sonido del canto de las golondrinas
inundaba la calle. Y la luna en cuarto menguante quedaba iluminada por la luz del
alba. Asomado a la ventana veía como un hombre paseaba a un pequeño perro entre
el silencio tempranero de la mañana y los pocos coches que pasaban con sus
conductores portando una máscara.
Alrededor
del mediodía volví a la ventana, necesitaba ver el cielo azul, aunque ahora
estaba gris por las nubes. De repente una señora venía con su carro de la
compra para casa. Y yo desde mi torreón le dije la alegría que me daba ver a
alguien por la calle, de la extraña soledad que inunda el pueblo, de la
tristeza y de la añoranza de las risas y carreras de los niños en la calle. Pensaba
que cuando pase esto y se vuelva a la normalidad, después de abrazar a mi
familia, saldré a la calle y a la primera persona que vea le voy a dar un
fuerte abrazo para mostrar mi afecto y solidaridad. Y mientras pensaba esto dos
hombres a lo lejos comentaban.
– Si no
tenemos bastante con los aviones que nos fumigan, ahora nos curan los del ayuntamiento
–
El
otro a lo lejos contestó – Ya te digo –
Imaginación
al poder. Hordas de aviones nos echan virus desde las alturas y los operarios municipales
nos echan DDT. Que risas me pasé.
Por cierto,
lo del paseo de los perros pasará a la historia, me contaban esta tarde de
casos de gente que nunca ha salido a pasear a sus canes, del que se ha traído
un perro del huerto para sacarlo, del que nunca miraba el perro de su madre y
ahora lo saca cuatro veces al día, del perro que ve al amo y sale corriendo
para que no lo saque…y muchas anécdotas más.
Ahora
es cuando nos damos cuenta del silencio y la tranquilidad, y también del ruido
al que continuamente estamos sometidos. Porque hay que ver lo que nos gusta el
ruido, tanto que mucha gente lo prefiere al sosegado, tranquilo y melódico sonido
que nos ofrece la naturaleza.
Recordaba
el paseo con mis perras en el atardecer del 18 de marzo (día de mi cumpleaños).
Cuando caminaba por la calle apenas oía ruido, solo silencio. Un silencio extraño,
un silencio quieto y tranquilo solo roto por el sonido de los pasos de dos personas que me encontré en el camino que iban guardando la distancia, y con las que crucé unas pocas palabras y un saludo cordial.
Miraba
el móvil para calcular el tiempo (porque ahora más que nunca tienes que medir y
valorar el tiempo), cuando un sonido de música discotequera animo el ambiente.
Salía de una casa, luego risas de niños, ilusión. Aquello me animó y miré a los
lados para mover un poco los pies bailando ante el asombro de mis perritas.
Luego todo aquello se tornó en emoción cuando empezaron a escucharse aplausos
desde los balcones, terrazas y ventanas. Fue emocionante y muy emotivo y la
tristeza daba paso a la esperanza.
Terminan
los aplausos, luego silencio. Un silencio luego interrumpido por un castañeo melódico
que empezaron a realizar las cigüeñas, como queriéndose unir con su crotoreo a
tan entrañable homenaje. Lo curioso es que siento decir a dos hombres que se
encontraron caminando.
–
Mira, mira. Ha vuelto la gente a aplaudir –
Sin saber
que eran las cigüeñas las autoras de tal aplauso. Una nota de humor que me hizo
sonreír cuando ya enfilaba el camino a casa. Luego escucho resistiré y entre lágrimas
abría la puerta de casa.
Por cierto,
el aplauso que he dado la noche del 19 de marzo fue tan fuerte que las manos me
dolían a rabiar y me ha costado hasta escribir estas líneas para vosotros.
Y ya
para terminar, os propongo que también le demos un APLAUSO ENORME a los niños,
ellos sufren mucho toda esta situación. Por eso y porque pronto los veamos correr
en la calle y jugar con ilusión.