Arroyo del Pez a su paso por el Valle del Jerrao. 2 de mayo de 2016. Fotografía: Juan Jesús Sánchez
El Arroyo del Pez en Montehermoso es el principal colector de buena parte del término municipal de nuestra localidad (excepto del sector oriental), alma y vida de ella en numerosos aspectos, al que hoy deseamos glosar por ello porque, desde la más remota Prehistoria, nuestros ancestros no dudaron en asentarse a su vera.
Nace de la afluencia de varios manantiales, regatos, escorrentías y cursos de agua menores, a medio camino entre Montehermoso y Aceituna, en un amplio paraje donde confluyen los términos de tres municipios hermanos: los dos citados antes, más el de Pozuelo de Zarzón; rodeado de cerros y berrocales graníticos: Teso Alto, Las Cumbres, Peña Hincada, etc. Un poco más abajo, sus aguas se embalsan artificialmente.
Incrementando su caudal a medida que discurre aguas abajo, siempre en dirección meridional (excepto en sus numerosos meandros o entalladuras), al recibir el líquido de otros muchos arroyos gregarios: el Segundo Arroyo, Perdiguero, el Madroñal, Grande o Morcillo y otros. Precisamente, una vez que se une a ese último, su nombre cae en el anonimato asociado al del arroyo Grande –o de Morcillo–; y, de ese modo, hasta que se cobija en los brazos de su padre Alagón (entre El Batán y Puebla de Argeme), tras un dilatado recorrido.
Cuando yo era niño –imagino que al igual que mis “quintos” y mayores también–, jamás oí que se llamara así: “arroyo del Pez”; sino que para nosotros era simplemente “el Arroyo”; o bien lo matizábamos con el apelativo de sus diferentes tramos: arroyo de los Molinos, arroyo de las Viñas, del Charco o Repaladín, de Respinga, de la Casa del Guarda, de Jerrao, etc.
Y al Charco solía llevar a mi madre, en invierno y primavera, con un borrico a lavar la ropa de su numerosa prole: los lunes, como era habitual entonces… Aún tengo grabada en mi mente la imagen de sus delicadas manos rojas como la grana, en aquellas frías y heladas mañanas. Pero también la alegría y frescura de su marfileña cara tras la tarea culminada. A menudo, cuando las numerosas lavanderas acaparaban los mejores sitios, nos desplazábamos al “Segundo Arroyo” o por debajo del molino “Respinga” (en los buenos charcos a los que luego haremos alusión, pero por otro motivo diferente).
Pero sigo creciendo (no mucho, porque sólo mido 1’64…) y estudiando (ya en Plasencia). Devoro todo lo que cae en mis manos, unas veces por obligación y otras por devoción. Estas últimas sobre todo cuando hacían referencia a mí amado pueblo. Y, ¡mira por donde!, un día descubro que ese torrente que siempre me fue tan familiar resulta que se llama oficialmente “del Pez”.
Y, ¿por qué?, fue lo primero que mi mente en maduración se preguntó. Pero muy pronto, recordando las andanzas con mis hermanos por esos bellos parajes, hallé la solución: PORQUE, a diferencia de otros arroyos cercanos, ÉSE TENÍA PECES (al menos antes, pues por diversas circunstancias se ha ido contaminado, al menos hace unos años…). ¿Barbos, bogas o pardillas?
Nace de la afluencia de varios manantiales, regatos, escorrentías y cursos de agua menores, a medio camino entre Montehermoso y Aceituna, en un amplio paraje donde confluyen los términos de tres municipios hermanos: los dos citados antes, más el de Pozuelo de Zarzón; rodeado de cerros y berrocales graníticos: Teso Alto, Las Cumbres, Peña Hincada, etc. Un poco más abajo, sus aguas se embalsan artificialmente.
Incrementando su caudal a medida que discurre aguas abajo, siempre en dirección meridional (excepto en sus numerosos meandros o entalladuras), al recibir el líquido de otros muchos arroyos gregarios: el Segundo Arroyo, Perdiguero, el Madroñal, Grande o Morcillo y otros. Precisamente, una vez que se une a ese último, su nombre cae en el anonimato asociado al del arroyo Grande –o de Morcillo–; y, de ese modo, hasta que se cobija en los brazos de su padre Alagón (entre El Batán y Puebla de Argeme), tras un dilatado recorrido.
Cuando yo era niño –imagino que al igual que mis “quintos” y mayores también–, jamás oí que se llamara así: “arroyo del Pez”; sino que para nosotros era simplemente “el Arroyo”; o bien lo matizábamos con el apelativo de sus diferentes tramos: arroyo de los Molinos, arroyo de las Viñas, del Charco o Repaladín, de Respinga, de la Casa del Guarda, de Jerrao, etc.
Y al Charco solía llevar a mi madre, en invierno y primavera, con un borrico a lavar la ropa de su numerosa prole: los lunes, como era habitual entonces… Aún tengo grabada en mi mente la imagen de sus delicadas manos rojas como la grana, en aquellas frías y heladas mañanas. Pero también la alegría y frescura de su marfileña cara tras la tarea culminada. A menudo, cuando las numerosas lavanderas acaparaban los mejores sitios, nos desplazábamos al “Segundo Arroyo” o por debajo del molino “Respinga” (en los buenos charcos a los que luego haremos alusión, pero por otro motivo diferente).
Pero sigo creciendo (no mucho, porque sólo mido 1’64…) y estudiando (ya en Plasencia). Devoro todo lo que cae en mis manos, unas veces por obligación y otras por devoción. Estas últimas sobre todo cuando hacían referencia a mí amado pueblo. Y, ¡mira por donde!, un día descubro que ese torrente que siempre me fue tan familiar resulta que se llama oficialmente “del Pez”.
Y, ¿por qué?, fue lo primero que mi mente en maduración se preguntó. Pero muy pronto, recordando las andanzas con mis hermanos por esos bellos parajes, hallé la solución: PORQUE, a diferencia de otros arroyos cercanos, ÉSE TENÍA PECES (al menos antes, pues por diversas circunstancias se ha ido contaminado, al menos hace unos años…). ¿Barbos, bogas o pardillas?
Lo ignoro, porque entonces no los distinguía. Aunque ahora me inclino por esas últimas por una sencilla razón: cuando yo aún oscilaba por la infancia y mis dos hermanos mayores surcaban ya la adolescencia, hacíamos un alto en la trilla para ir a coger los peces que agonizaban en sus charcos más profundos, que mantenían una desesperada lucha con el Sol para no sucumbir en el cálido y árido verano. Y los barbos y bogas suben desde el Tajo y Alagón en primavera a desovar. Los primeros necesitan un mayor caudal de agua que las bogas; y éstas se rezagan a veces en su descenso; mientras que la pardilla suele permanecer en ese hábitat tan extremeño, siempre que haya agua.
De lo que entonces y hoy sí soy consciente es que estaban riquísimos –y más en aquellos tiempos…–. Y que no hacíamos ningún daño al medio ambiente porque, si no lo hubiéramos hecho, habrían muerto, contaminando el lecho del arroyo. Y sin trasmallos, cañas u otros artilugios; con la única ayuda de tres cestas de mimbre, resolvíamos la cena (y limpiábamos el cauce)..
De lo que entonces y hoy sí soy consciente es que estaban riquísimos –y más en aquellos tiempos…–. Y que no hacíamos ningún daño al medio ambiente porque, si no lo hubiéramos hecho, habrían muerto, contaminando el lecho del arroyo. Y sin trasmallos, cañas u otros artilugios; con la única ayuda de tres cestas de mimbre, resolvíamos la cena (y limpiábamos el cauce)..
¿Y cuáles eran los mejores sitios para
atraparlos?
Pues muy elemental: los buenos charcos ubicados
desde Respinga para abajo.
También traíamos a veces algún galápago, el mejor
remedio natural contra ratones y reptiles para los pajares y trojes.
Y las múltiples vivencias que, a partir de ahora,
iremos desgranando en estas páginas.
Ahora mostramos Respinga con esta foto de Juan
Jesús Sánchez Alcón.
Aguas contaminadas del Arroyo del Pez a su paso por Respinga.
16 de marzo de 2010.
Domingo Quijada González