La dehesa boyal de Montehermoso es un tesoro
natural y cultural que nos invita a un viaje en el tiempo. Este paraje único,
con su rica biodiversidad y su patrimonio arqueológico, nos ofrece la
oportunidad de conectar con nuestras raíces y comprender mejor la historia de
la humanidad.
Al adentrarnos en la dehesa, nos encontramos
rodeados por un paisaje que ha sido moldeado por la mano del hombre durante
milenios. El paisaje de encinas, alcornoques, robles, mestos y quejigos
constituye un ecosistema de gran valor ecológico, y fue en su día el escenario
de la vida de nuestros antepasados.
La dehesa es un ejemplo de cómo el hombre puede convivir en armonía con la naturaleza, creando un paisaje productivo y sostenible. Esta relación simbiótica entre el hombre y el entorno natural ha dejado una profunda huella en nuestro patrimonio cultural y natural.
A través de la tala selectiva y el pastoreo, el hombre transformó el bosque mediterráneo original en un mosaico de bosques, pastizales y cultivos que perduró hasta nuestros días.
Al explorar este lugar, podemos admirar
impresionantes construcciones de piedra que servían como monumentos funerarios,
conocidas como dólmenes. Estas antiguas estructuras, compuestas por enormes
losas de granito, fueron erigidas por nuestros antepasados hace miles de años,
entre el Neolítico final y el Calcolítico. Son un testimonio de la habilidad y
el ingenio de aquellos primeros pobladores y un legado de nuestros antepasados
que nos conecta con un pasado remoto.
Además, la elección de los lugares para construir
los dólmenes no fue casual, pues se buscaban puntos altos con vistas despejadas
y una fuerte conexión con el entorno natural. También la proximidad a fuentes
de agua y la abundancia de materiales para su construcción. Esto sugiere que
para estas sociedades, los dólmenes eran lugares sagrados donde se celebraban
rituales funerarios y se conectaba con el mundo espiritual. La disposición de
la entrada y su orientación hacia la salida del sol sugiere un profundo
conocimiento y una simbología que aún hoy en día desconocemos en su
totalidad.
La construcción de un dolmen requería de una gran
organización y esfuerzo colectivo, lo que nos habla de sociedades complejas y
bien estructuradas. Las enormes losas de piedra, algunas de varias toneladas,
debían ser transportadas desde canteras lejanas utilizando ingeniosos sistemas
de palanca y rodillos. Una vez en el lugar, estas piedras eran colocadas en
posición vertical con una precisión asombrosa, formando las paredes de la
cámara funeraria. Finalmente, se colocaba una losa horizontal como cubierta, dando
lugar a una cámara oscura y hermética. La construcción de un dolmen era una
hazaña arquitectónica que requería la coordinación de decenas, incluso cientos
de personas.
Los dólmenes no son los únicos vestigios del pasado
que podemos encontrar en la dehesa. Numerosos restos arqueológicos, como túmulos,
restos de asentamientos, tumbas individuales y altares rupestres, nos permiten
reconstruir la vida cotidiana de nuestros antepasados. Estas sociedades,
estrechamente vinculadas a la naturaleza, dejaron su huella en el paisaje a
través de estos monumentos funerarios y lugares de culto. Sus creencias religiosas
y su profundo respeto por la naturaleza se reflejan en la elección de los
lugares para construir sus asentamientos y monumentos.
Imaginemos por un momento cómo sería la vida en la
prehistoria. Los hombres y mujeres de aquella época eran nómadas, cazadores y
recolectores. Dominaban el arte de tallar la piedra, la madera y el hueso, y
fabricaban utensilios para la caza, la pesca y la recolección.
Vivían en pequeñas comunidades donde cada miembro
tenía un rol específico y tenían una estrecha relación con la naturaleza. Para
sobrevivir, nuestros antepasados desarrollaron una gran variedad de técnicas y
herramientas.
Pero también hay que mencionar que a pesar de los
estereotipos de género, la caza no era una actividad exclusiva de los hombres
en la prehistoria, ya que la división del trabajo en las sociedades
prehistóricas era más flexible de lo que se pensaba.
Tanto los hombres como las mujeres contribuían a la
subsistencia del grupo a través de la caza y la recolección. Las mujeres, por
ejemplo, eran expertas en la caza de aves y pequeños mamíferos, utilizando
arcos y flechas especialmente diseñados. Los hallazgos arqueológicos, como
huesos de animales con marcas de cortes y herramientas de caza asociadas a
enterramientos femeninos, demuestran que las mujeres desempeñaban un papel
fundamental en la provisión de alimentos para la comunidad.
Los ancianos eran los depositarios de la sabiduría
ancestral, transmitiendo a las nuevas generaciones conocimientos vitales sobre
la naturaleza, la caza, la recolección, asegurando así la supervivencia de la
tribu. El Chamán, como líder espiritual, poseía conocimientos sobre plantas
medicinales, rituales y fenómenos naturales, y guiaba a al grupo en momentos de
crisis. Juntos, ancianos y chamanes aseguraban la transmisión de conocimientos
y valores, fortaleciendo los lazos sociales y espirituales de las comunidades
prehistóricas.
Con el paso del tiempo, algunas comunidades
comenzaron a experimentar con la agricultura, cultivando cereales y legumbres,
lo que les permitió establecer asentamientos más permanentes y desarrollar
sociedades más complejas.
Al caminar por la dehesa boyal de Montehermoso, no
solo estaremos admirando la belleza de la naturaleza, sino también recorriendo
los lugares donde nuestros antepasados vivieron y murieron. Cada árbol, cada
piedra y cada rincón de este paisaje encierra una historia milenaria y un
legado arqueológico de incalculable valor.
La dehesa boyal de Montehermoso no es solo un
hermoso paisaje natural, sino también un auténtico libro abierto que nos narra
la historia de la humanidad. En este precioso paraje de Extremadura, los
vestigios del pasado se entrelazan con el presente, invitándonos a un
apasionante viaje en el tiempo.